viernes, 13 de diciembre de 2024 05:35 www.gentedigital.es
Gente blogs

Gente Blogs

Blog de Javier Memba

El insolidario

Una antología de Valdemar (III)

Archivado en: Cuaderno de lecturas, Felices pesadillas

imagen

(viene del asiento del 28 de noviembre de 2017)

Uno de los grandes placeres de mi experiencia entre líneas fue leer, a excepción de una o dos, todas las selecciones de cuentos del gran Guy de Maupassant que Esther Benítez tradujo y compiló para Alianza Editorial. Sin embargo, Junto a un muerto, la pieza del maestro del naturalismo traída a Felices pesadillas me era desconocida. Su asunto, claramente surgido de la admiración que Maupassant sintió por Schopenhauer, ronda el miedo, pero acaba decantándose por el humor. El narrador coincide en un rincón del Mediterráneo francés con un alemán tísico, ya consumido por la enfermedad, que gusta ponerse en un banco al sol, frente al hotel que los alberga a los dos. Cuando entablan conversación, a cuenta de un volumen de Schopenhauer, anotado de su puño y letra por el autor, el alemán refiere al narrador cómo conoció al filósofo hasta en su muerte, y en su velatorio seguía dándoles miedo su sonrisa. Esa sonrisa, que hacía que quienes conocían a Schopenhauer creyeran haber pasado una hora junto al diablo.

Ya cadáver, mientras nuestro alemán y otro discípulo velan los restos del autor de El mundo como voluntad y representación (1819) en la habitación contigua, escuchan un ruido que les hace sobresaltarse. Al punto se acercan al lecho y ven algo que sale de la boca del filósofo y tras rodar sobre la cama cae al suelo. Cuando se acercan a comprobar de qué se trata con el natural espanto, descubren que no es otra cosa que la dentadura postiza, a la que "la labor de descomposición, al aflojar las mandíbulas", había hecho saltar de la boca.

 

***

 

La prohibición de experimentar con cadáveres que obró sobre los docentes y estudiantes de anatomía hasta 1832, cuando se promulgó en el Reino Unido la primera ley que posibilitó un mayor número de muertos para la ciencia médica, hizo que se pusieran muros a los cementerios para dificultar la tarea de los ladrones de cadáveres. De bien poco sirvieron los cercados ante los asesinos que lo fueron para abastecer a las aulas. Los irlandeses William Burke y William Hare, que en la Edimburgo de 1827 fueron los más sonados de entre estos criminales, han inspirado mucha literatura. Más aún, puede decirse que sus crímenes son el pórtico a todo un subgénero del cuento y el cine de miedo. El principal cliente de Burke y Hare fue el anatomista Robert Knox, a quien Robert L. Stevenson se refiere en el Ladrón de cadáveres (1834) como el señor K. No cabe duda la pieza en cuestión es una de las mejores de toda la selección y a buen seguro que igualmente es la obra maestra de ese subgénero de los resurrectores, que también se llamaba a los ladrones de muertos que se convertían en asesinos de los vivos cuando no había cadáveres que aportar a la ciencia.

 

Hare se salvó acusando de todo a Burke, quien después de ser ahorcado fue diseccionado en la misma escuela de anatomía de la que fuese proveedor. Knox no fue acusado porque Hare, en su confesión aseguro que el doctor no sabía nada acerca del origen de los muertos que compraba. Pero nadie se lo creyó. De modo que se vio obligado a cambiar de ciudad para empezar una nueva vida. También volvió a recurrir para sus prácticas a los servicios de los ladrones de cuerpos.

 

El gran Stevenson nos refiere su historia tangencialmente, en una conversación de taberna a cuenta de dos antiguos discípulos del señor K, Fettes y Macfarlane, viejos camaradas en sus días de estudiantes a quienes Fettes, les confió la recepción de los fiambres como "adjuntos" del aula. Semejante responsabilidad creó tal cargo de conciencia en Fettes que, al cabo de muchos años, cuando los dos médicos vuelven a encontrarse, aún le abruma. Entre los recuerdos más sombríos de aquellas noches destaca el de cierta ocasión en que fueron a robar el cadáver de la mujer de un granjero a un cementerio rural. Metida en una lluvia incesante, la noche era tan intempestiva como requería la situación. Para acabar lo antes posible, deciden cavar atropelladamente y acaban realizando la exhumación a oscuras.

 

Ya de vuelta a la ciudad, cuando el saco con el cadáver comienza a moverse en el calesín y golpea a los estudiantes, su contenido les resulta mayor de lo que debería ser. Como se mueve demasiado deciden detener la marcha para atarlo mejor. Encienden una luz, el caballo se desboca, sale al galope y resulta que lo que han robado no es el cadáver de la granjera, sino de su marido, que ya había pasado por la mesa de disección del aula del señor K. Propuesta racional como pocas -no hay más explicación que aquella de que con las prisas, los ladrones se han confundido-, el final de El ladrón de cadáveres rezuma a la vez tanta inquietud que me lleva a pensar en esa venganza de los muertos sobre quienes se ensañaron con sus restos, a la que apunta Claude Vignon en Los muertos se vengan.

***

Si Porque la sangre es vida (1905) de Francis Marion Crawford fuera una película en lugar de uno de los relatos de vampiras más afamados, su plano de apertura estaría tomado con un teleobjetivo, y focalizado por el narrador -cabe suponer que el propio autor- y un tal Holger, un amigo que lo visita en su retiro de Calabria. Desde el viejo torreón donde acaban de cenar, se aprecia a cierta distancia -de ahí lo del teleobjetivo- una suerte de montículo que, a la luz de la Luna, se asemeja a una tumba. Pero lo más curioso de la ilusión es que el cadáver parece yacer sobre el sepulcro, que no dentro. Naturalmente, el efecto tiene trazas de ser real y entraña una historia, que el narrador no tarda en contar a Holder y con él a nosotros. Estamos ante otra muerta enamorada.

 

Todo estaba dispuesto para que Ángelo, el heredero de un rico lugareño, Alario, contrajese matrimonio con la hija de la mayor fortuna de Maratea, la localidad en concreto donde está ambientada la narración. Pero Alario fue víctima de un robo en su lecho de muerte por parte de unos albañiles, que estaban reformando su casa, y su hijo se quedó sin nada. Roto el compromiso matrimonial y en la ruina, Ángelo se sume en un abatimiento del que va a sacarle el vampiro de Cristina, a la que el narrador se refiere como "La cosa" ya que es aquélla que parece yacer sobre el montículo que parece una tumba. La joven era una gitana del lugar, secretamente enamorada de Ángelo, que descubrió a los ladrones de su padre mientras enterraban su botín. Estos le dieron muerte y la enterraron en el mismo agujero que lo robado.

 

Ya no muerta, Cristina comenzó a visitar a Ángelo para sangrarle. Para él las succiones de ella son transportes, una experiencia onírica. En uno de ellos, Antonio, el responsable del cuidado de la torre desde donde nuestros protagonistas observan el misterioso montículo, es testigo de todo. Al día siguiente, pone al cura al corriente de la situación. Al hacerlo, pronuncia la frase que dará título a la pieza: "He visto cómo los muertos beben la sangre de los vivos y la sangre es vida". Será Antonio quien clave al vampiro de Cristina la clásica estaca. Pero todo parece indicar que ni por esas muere.

 

La última noticia que se nos da de Ángelo lo sitúa en Sudamérica, tras haber recuperado la fortuna que le robaron a su padre. Es de suponer que después de que la Cristina no muerta le dijese donde se encontraba.

 

***

 

John Barrington Cowles de Arthur Conan Doyle conoció su primera edición en Cassell's Saturday Journal entre el 12 y el 19 de abril de 1884. Aunque por su título, un nombre masculino, no lo parezca, esta pieza, otra de las más sobresalientes del libro, versa sobre una mujer fatal: Kate Nothcott. Cowles es un amigo del narrador Robert Armitage y la última víctima de la dama en cuestión. Como no podía ser de otra manera, estamos ante una de las mujeres más fascinantes de su tiempo, la primavera de 1879. Apenas se la presentan, Cowles, uno de los jóvenes más brillantes de entre los estudiantes de aquel curso, cae prendidamente enamorado de ella. Pero en Kate hay algo de Cristina, esa hermosa loba blanca de la que nos habla Frederick Marryat -a quien Doyle, para mi sorpresa cita textualmente (pág. 515)- que hace que un par de hombres que se hayan prometido a ella se suiciden antes del casamiento. Esa será la suerte del joven Cowles quien, tras descubrir el horror que entraña Kate -lo que a nosotros no se nos cuenta- tras cancelar la boda y pasar un tiempo errático alejado de su ex, decide arrojarse al vacío desde unos acantilados.

 

***

 

M. R. James fue un maestro del cuento de fantasmas, pero El grabado, su feliz pesadilla de esta espléndida antología de Valdemar, no lo es en modo alguno. Lo que su asunto nos refiere es la experiencia del señor Williams, responsable de la colección de grabados de la biblioteca del Canterbury College, tras adquirid uno que muestra una casa de campo inglesa, de algún lugar del condado de Essex. Ya con la obra en su poder, Williams observa cómo una figura humana entra en la escena mostrada y parece avanzar hacia la vivienda.

 

En efecto, a la mañana siguiente, la figura ha entrado en la casa por una ventana. Tras identificar el edificio como Anningley Hall, el decano, un tal Green, que está al cabo de cuanto concierne al pasado del condado, cuenta la historia de la casa. La mansión, que se alza al lado del cementerio, fue la vivienda de la familia Francis, cuyo patriarca había declarado la guerra sin cuartel a los cazadores furtivos. Uno de ellos, un tal Gawdy, fue a la horca tras matar a uno de los guardas que fueron a detenerle. El hijo de Francis desapareció misteriosamente de Anningley Hall y nunca más se supo de él. El planteamiento sugiere que la figura que el observador del grabado ve avanzar por la escena del cuadro, hasta entrar en la casa, es una representación de Gawdy llevándose al niño.

 

***

 

Una obra maestra de la talla de La pata de mono de William Wymark Jacobs, donde el espanto funciona con una exactitud que yo -evocando el término que Pablo Neruda acuñó para referirse al racionalismo con el que Poe construye sus horrores- me permitiré calificar de "matemática tiniebla" no podía faltar en Felices pesadillas. Siendo el caso que ya di cuenta de esta y el resto de las piezas Jacos reunidas en torno a La pata en una entrada anterior de esta misma bitácora, remito al lector a dichas notas.

 

Me da la impresión de que El horror en la escalera y otros cuentos fantásticos, que llegó a las librerías en 2005, es uno de los pocos libros del inglés Arthur Quiller-Couch que, hoy por hoy, ofrece al lector el mercado editorial español. De aquella selección, aún por publicar en 2004, cuando vio la luz Felices pesadillas, extrajeron sus editores Intercambio mutuo, sociedad limitada. Más que un cuento de miedo se trata de un cuento fantástico, de esos que hacían felices a Borges, que -tan anglófilo como era- seguro que tenía en Quiller-Couch a uno de sus favoritos.

 

En cualquier caso, la pieza versa sobre un intercambio de personalidad, el producido entre el señor Markham, un millonario, y Dick Rendal, en oficial que se tira al agua para salvarle cuando el financiero se cae por la borda del transatlántico en el que ambos viajan. Como al parecer es frecuente en estos casos, el caído al agua se agarra a su salvador con tanta fuerza que están a punto de hundirse los dos. Es entonces cuando sus personalidades se intercambian.

 

Ya en Londres, a Markham no le reconocen en casa de Rendal y a éste le expulsan del club de aquél por el mismo motivo. Con todo, hay algo que les lleva a los dos a las aguas del Támesis, a las que, sin saber muy bien por qué, se arrojan en un forcejeo como el que les unió cuando Rendal salvó a Markham. Ahora sí, cuando al cabo vuelven a sacarles a los dos del agua, Markham agradece a Rendal el haberle salvado la vida como si hubieran acabado de salir de las aguas del Atlántico.

(continúa en el asiento del 19 de enero de 2018)

Publicado el 21 de diciembre de 2017 a las 12:15.

añadir a meneame  añadir a freski  añadir a delicious  añadir a digg  añadir a technorati  añadir a yahoo  compartir en facebook  twittear  votar

Comentarios - 0

No hay comentarios



Tu comentario

NORMAS

  • - Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.
  • - Toda alusión personal injuriosa será automáticamente borrada.
  • - No está permitido hacer comentarios contrarios a las leyes españolas o injuriantes.
  • - Gente Digital no se hace responsable de las opiniones publicadas.
  • - No está permito incluir código HTML.

* Campos obligatorios

Javier Memba

Javier Memba

            Periodista con más de cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978-, Javier Memba (Madrid, 1959) fue colaborador habitual del diario EL MUNDO entre junio de 1990 y febrero de 2020. Actualmente lo es en Zenda Libros. Estudioso del cine antiguo, en todos los medios donde ha publicado sus cientos de piezas ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción-, La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008).

 

            Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014) fue un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada. Por su parte, David Lynch, el onirismo de la modernidad (2017), fue un estudio de la filmografía de este cineasta. El cine negro español (2020) es su última publicación hasta la fecha.  

 


 

          

 

Miniatura no disponible

 

Javier Memba en 2009

 

Javier Memba en 1988

 

Javier Memba en 1987

 

1996

 

 

Javier Memba en la librería Shakespeare & Co. de París

 

 

 

 

Imagen

 

 

COMPRAR EN KINDLE:

 

 

 

contador de visitas en mi web



 

 

Enlaces

-La linterna mágica

-Unas palabras sobre Vida en sombras

-Unas palabras sobre La torre de los siete jorobados

-50 años de la Nouvelle Vague en Días de cine

-David Lynch, el onirismo de la modernidad en Radio 3

-Unas palabras sobre Casablanca en Telemadrid

-Unas palabras sobre Tintín en Cuatro TV

 

 

ALGUNOS ARTÍCULOS:

Malditos, heterodoxos y alucinados de la gran pantalla

Nuevos momentos estelares de la humanidad

Chicas yeyés

Chicas de ayer

Prólogo al nº 4 de la revista "Flamme" de la Universidad de Limoges

Destinos literarios

Sobre La naranja mecánica

Mi tributo al gran Chris Marker

El otro Borau

Bohemia del 89

Unos apuntes sobre las distopías

Elogio de Richard Matheson

En memoria de Bernadette Lafont

Homenaje al gran Jean-Pierre Melville

Los amores de Édith

Unos apuntes sobre La reina Margot

Tributo a Yasujiro Ozu con motivo del 50 aniversario de su fallecimiento

Muere Henry Miller

Unos apuntes sobre dos cintas actuales

Las legendarias chicas de los Stones

Unos apuntes sobre el "peplum"

El cine soviético del deshielo

El operador que nos devolvió el blanco y negro

Más real que Homeland

El cine de la Gran Guerra

Del porno a la pantalla comercial

Formentera cinema

Edward Hopper en estado puro

El cine de terror de los años 70

Mi tributo a Lauren Bacall

Mi tributo a Jean Renoir

Una entrevista a Lee Child

Una entrevista a William McLivanney 

Novelistas japonesas

Treinta años de Malevaje

Las grandes rediciones del cómic franco-belga

El estigma de La campana del infierno

Una reedición de Dalton Trumbo

75 años de un canto a la esperanza

Un siglo de El nacimiento de una nación

60 años de Semilla de maldad

Sobre las adaptaciones de Vicente Aranda

Regreso al futuro, treinta años después 

La otra cabeza de Murnau

Un tributo a las actrices de mi adolescencia

Cineastas españoles en Francia

El primer surrealista

La traba como materia literaria

La ilustración infantil de los años 70

Una exposición sobre la UFA

La musa de John Ford

Los icebergs de Jorge Fin

Un recorrido por los cineastas/novelistas -y viceversa-

Ettore Scola

Mi tributo a Jacques Rivette

Una película a la altura de la novela en que se basa

Mi tributo a James Cagney en el trigésimo aniversario de su fallecimiento

Recordando a Audrey Hepburn

El rey de los mamporros

Una guía clásica de la ciencia ficción

Musas de grandes canciones

Memorias de la España del tebeo

70 años de la revista Tintín

Ediciones JC regresa a sus orígenes

Seis claves para entender a Hergé

La chica del "Drácula" español

La primera princesa de la lejana galaxia

El primer Tintín coloreado

Paloma Chamorro: el fin de "La edad de oro"

Una entrevista a la fotógrafa Vanessa Winship

Una recuperación del Instituto Murnau

Heroínas de la revolución sexual

Muere George A. Romero

Un mito del cine francés

Semblanza de Basilio Martín Patino

Malevaje en la Gran Vía

Entrevista a Benjamin Black

Un circunloquio sobre la provocación

Una nueva aventura de Yeruldelgger

Una dama del crimen se despide

Recordando a Peggy Cummins

Un tributo a las yeyés francesas

La última reina del Technicolor

Recordando a John Gavin

Las referencias de La forma del agua

El Madrid de 1988

La nueva ola checa

Un apunte sobre Nelson Pereira dos Santos

Una simbiosis perfecta

Un maestro del neorrealismo tardío

El inovidable Yellowstone Kelly

Que Dios bendiga a John Ford

Muere Darío Villalba

Los recuerdos sentimentales de Enrique Herreros

Mi tributo a Harlan Ellison

La inglesa que presidió el cine español

La última rubia de Hitchcock

Unos apuntes sobre Neil Simon

Recordando Musicolandia

Una novelista italiana

Recordando a Scott Wilson

Cämilla Lackberg inaugura Getafe Negro

Una conversación entre Läckberg y Silva

El guionista de Dos hombres y un destino

Noir español y hermoso

Noir italiano

Mi tributo al gran Nicholas Roeg

De la Escuela de Barcelona al fantaterror patrio

Recordando a Rosenda Monteros

Unas palabras sobre Andrés Sorel

Farewell to Julia Adams

Corto Maltés vuelve a los quioscos

Un editor veterano

Una entrevista a Wendy Guerra

Continúa el misterio de Leonardo

Los cantos de Maldoror

Un encuentro con Clara Sánchez

Recuerdos de la Feria del Libro

Viajes a la Luna en la ficción

Los pecados de Los cinco

La última copa de Jack Kerouac

Astérix cumple 60 años

Getafe Negro 2019

Un actriz entrañable

Ochenta años de "El sueño eterno"

Sam Spade cumple 90 años

Un western en la España vaciada

Romy Schneider: el triste destino de Sissi

La nínfula maldita

Jean Vigo: el Rimbaud del cine francés

El último vuelo de Lois Lane

Claudio Guerin Hill

Dennis Hopper: El alucinado del Hollywood finisecular

Jean Seberg: la difamada por el FBI

Wener Herzog y la cólera de Dios

Gordad, el gran maese de la heterodoxia cinematográfica

Frances Farmer, la esquizofrénica que halló un inquietante sosiego

El hombre al que gustaba odiar

El gran amor de John Wayne

Iván Zulueta, arrebatado por una imagen efímera

Agnès Varda, entre el feminismo y la memoria

La reina olvidada del noir de los 40

Judy Garland al final del camino de adoquines amarillos

Jonas Mekas, el catalizador del cine independiente estadounidense

El gran Edgar G. Ulmer

La última flapper; la primera it girl

El estigmatizado por Stalin

La controvertida Egeria del Führer

El gran Tod Browning

Una chica de ayer

El niño que perdió su tren eléctrico

La primera chica de Éric Rohmer

El último cadáver bonito

La exnovia de James Dean que no quiso cumplir 40 años

Don Luis Buñuel, "ateo gracias a Dios"

La estrella cuyo fulgor se extinguió en sus depresiones

El gran cara de palo

Sylvia Kristel más allá de Emmanuelle

Roscoe Arbuckle, cuando se acabaron las risas

Laura Antonelli, la reina del softcore que perdió la razón

Nicholas Ray, que nunca volvió a casa

El vuelo más bajo de la princesa Leia Organa

Eloy de la Iglesia y el cine quinqui

Entiérralo con sus botas, su cartuchera y su revólver

La chica sin suerte

Bela Lugosi y la sombría majestuosidad de Drácula

La estrella de triste suerte

La desmesura de Jacques Rivette

Françoise Dorléac

Klaus el loco

Una hippie de los 70

Jean Esustache, entre la Nouvelle Vague y el ascetismo

Nadiuska, un juguete roto

Thea von Harbou

Jesús Franco

David Cronenberg

Sharon Tate, como en un cuento de Sheridan Le Fanu

Un guionista sediento

La reina del fantaterror patrio

Dalton Trumbo y los diez de Hollywood

La primera chica que arrojó una tarta 

El desdichado Hércules contemporáneo

En la tradición familiar

El músico del realismo poético

Otro tributo a la gran Patty Shepard

Elmer Modlin y su extraña familia

Las coproducciones internacionales rodadas en España

Marilyn Monrore y su desesperado último gesto

Un amor más poderosos que la vida

El actor atrapado en sus personajes

Entre el fantasma de su madre y el final del musical

Barbet Schroeder

Amparo Muñoz

Samuel Bronston más alla de Las Rozas

Chantal Akerman

Françoise Hardy 

Un antiguo dogmático

Jane Birkin

Anna Karina, su turbulento amor y el Madison

Sandie Shaw, ya con calzado

El gran Serge Gainsbourg

Entre la niña prodigio y la mujer concienciada

La intérprete de Shakespeare que inspiró a The Rolling Stones

La maleta del capitán Wajda

Val Lewton y su dramatización de la psicología del miedo

La alimaña de Whitechapel

Cristina Galbó

La caravana Donner

Eddie Constantine

Un nuevo curso del tiempo

Rosenda Monteros

Una criatura de la noche

Una carta a Nicolás I

Edison y el 35 mm

Barbara Steele

El felón Esquieu de Floyran acaba con los templarios

Entre Lovecraft y Hitchcock

Tchang Tchong Yen recuerda a Hergé

La musa del ciberpunk

Néstor Majnó

Una leyenda del Madrid finisecular

El rey de la serie B

La primera cosmonauta soviética

Cuando la injuria sucede a la fatalidad

Bajo Ulloa y sus cuentos crueles

La cicerone de los Stones en el infierno 

Nace Toulouse-Lautrec

El París del Charlestón se rinde a Josephine Baker

Nastassja Kinski, la dulce hija del ogro

Un tributo a Sam Peckinpah

La leyenda del London Calling

Fiódor Dostoievski frente al pelotón de fusilamiento

Mi alucinada favorita

El hombre de las mil caras

El 7º de Caballería pierde la gloria

Un recuerdo de Silke

El genocidio camboyano

Peter Bogdanovich

Guy Debord y la sociedad del espectáculo

Un héroe de Iwo Jima 

Lupe Vélez tras el último tequila sunrise

El general Lee

Roman Polanski

Un hampón italoamericano

Jane Fonda en su juventud

Kraken en la Cuesta de Moyano

Josef von Sternberg

The Beatles en The Carvern y en el show de Ed Sullivan

Que la tierra le sea leve a Douglas Trumbull

El último superviviente del hampa de Chicago

Inma de Santis

El Álamo

Una musa insumisa

El malvado Zaroff y un elogio a las revistas pulp

Miles Davis

Un polaco y el amour fou

La Legión extranjera como género literario

Conchita Montenegro

Peter Lorre y su cara de villano

El juez de la horca

Syd Barrett

Kathleen Turner

Una caricatura de la hombría

Eric Clapton

Helga Liné

Butch Cassidy

Carlos Arévalo, un cineasta español

Nace el último bohemio

Pascual García Arano

María Perschy

El Combray de Ingmar Bergman

Carlos Castaneda

Una canción de Neil Young

Un suicida dandi

Hedy Lamarr

Philip K. Dick y sus realidades bastardas

La última mujer fatal

Andréi Tarkovski, otro maldito por la censura soviética

Nace la música de la New Age

"Wie einst" Lili Marleen

Una lectura de Byron en Villa Diodati

Un apostol de la sedición juvenil

Ava en mi ciudad

Rider Haggard

Una entrada para la "Historia universal de la infamia"

La Marguerite Duras cineasta

Gallardo y calavera

El hombre que vendió su alma a Elizabeth Taylor

El crímen de Charlotte Corday

Un elogio entusiasta de la urbe

Un ángel caído

Mary Bradbury teme por su vida

Pierre Étaix y su triste gracia

El mejor verano de los Rolling

María Rosa Salgado y su conmovedora discrección

La valentía de Ramón Acín

Sylvie Vartan

La cruz de Malta de Wim Wenders

La epifanía de Louis Daguerre

Carroll Baker

Marie Laforêt y mi amigo Eloy

Eliseo Reclus atisba su quimera

Patty Pravo

Richard Pryor contra sí mismo

Miroslava, una actriz marcada por la fatalidad

France Gall y el doble sentido

Robert Bresson y el cine puro

La gesta de Alekséi Stajánov

Nace el Rimbaud del Rock & Roll seminal

Dominique Dunne, una filmografía que se quedó en el aire

Un actor vampirizado por un personaje

Tolkien publica El Hobbit

La segunda musa de Godard

John Dos Passos entra en la eternidad

Alain Resnais, el cine de la memoria

Una musa del filme noir

El cadáver de Nancy Spungen en el Chelsea Hotel

La historia de Bobby Driscoll

Un icono del feminismo

Recordando a Tina Aumont

Colgaron a Gilles de Rais

Dario Argento

Nico en el cine

Dylan Thomas en su último trance

Brigitte Helm

Un punkie en la Disney 

Nace Billy el Niño

The Wall

Tennessee Williams

Vivien Leigh

Kazuo Sakamaki salva la vida en Pearl Harbor

El proscrito de la Escuela de Barcelona 

47 hombres de honor

Charlotte Rampling

La incomunicabilità del gran MIchelangelo Antonioni

F. Scott Fitzgerald

Un pilar del cómic estadounidense

Juliet Berto

Erik, el fantasma de la Ópera

Una comedia francesa

Un pesimista alegre

Una mirada indolente a la derrota 

Sender en Casas Viejas

Kipling en su último momento

Los hermanos Marx

Puente sobre aguas turbulentas

Anouk Aimée

Mary Shelley

Quentin Tarantino

Neal Cassady 

Natalie Wood

La heterodoxia de Ermanno Olmi

Fu-Manchú

Stefan Zweig pone fin a sus días

 

 

 

 

 

 

EN TU MAIL

Recibe los blogs de Gente en tu email

Introduce tu correo electrónico:

FeedBurner

Archivo

Grupo de información GENTE · el líder nacional en prensa semanal gratuita según PGD-OJD